30 octubre 2007

Sapito nocturno

Así tengas la panza gordita y tu cuerpo haya cambiado o una serie de súper ecos y videos en alta definición, nada te acerca más a la realidad que sentir los movimientos del bebé. Puedes tener todas las pruebas en la mano y seguir pensando que todo es de mentira y un día te vas a despertar de un sueño, pero cuando lo sientes... ¡ah! eso es otra cosa.

No tenía ni dos meses y ya me la pasaba analizando cualquier movimiento estomacal; medio sonaba algo y me ilusionaba pensando que podía ser él. Con el paso del tiempo llega un punto en el que te das cuenta de que hay una vibración pero no tienes hambre ni molestias en el colón o estómago, entonces sí, es él “nadando” como una suerte de pececito. Esto ocurre por el cuarto mes, de allí en adelante su presencia se hace más tangible.

A estas alturas onozco todos los vaivenes y horarios de Pablo, porque sí, aunque suene raro tiene horarios. De día está inmóvil y en la tardecita puede que se estire un poquito: su hora favorita es la noche. Basta con que tome la posición horizontal para que el sapito nocturno comience a saltar. También he notado que en los conciertos –nocturnos, por supuesto- se alborota: en el de Drexler saltó y saltó y en el de Zucchero estuvo activo; ya veremos qué le parece Soda.

Algunas noches le da por “clavarse” en la parte baja del vientre –creo que es su zona favorita-, otras, pareciera como si empujara hacia afuera o diera vueltas de canela –es cómico ver cómo se mueve la barriga-. También hemos aprendido a jugar con él -su papá le pasa la mano y él le responde- y que sus saltitos le sirven para manifestar lo que no le gusta –odia que me acueste muy de lado-.

Creo que los movimientos se han convertido en la primera forma de comunicación con Pablo. Ya sabemos que es nocturno como sus padres, que si algo le disgusta salta, que le gusta que lo acariciemos y que si sus shows son muy intensos –como el de anoche hasta la madrugada-, al día siguiente amanece “tímido” y no se siente hasta que avanza la tarde.

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Imagen: Ilustración de Patricia Metola

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