29 agosto 2008

Lo que no sabíamos

Tener la suerte –que pocas madres tienen- de estar al lado de mi bebé todos los días, todo el día, es experimentar una aventura inesperada, agotadora, divertida y llena de descubrimientos. Sí, para Pablo cada amanecer trae algo nuevo, y cada una de esas novedades las disfruta al máximo. Como la mañana que notó que había algo dentro de su boca que podía sacar, mover y que, asombrosamente, las personas que lo rodean también tienen una; y desde ese momento no deja de sacar su lengua.

También descubrió que con su encantadora sonrisa y su mirada picarona es capaz de convencer a cualquiera de que lo cargue y juegue con él hasta el cansancio, que al final de sus piernas hay dos cositas suaves y gorditas y que no puede resistir las ganas de apretarlas y llevarlas a su boca, y que hay un sonido que sale de su propio cuerpo que mientras más agudo y alto es –y más parecido a una guacharaca loca-, mas le gusta. ¡Ah! Muy importante, que si pega su mano contra las cosas salen ruidos y mientras más duras son esas cosas, más divertidos son esos ruidos.

Pablo tampoco sabía que si mueve sus piernitas cuando está boca abajo puede desplazarse a su antojo por toda la cama de sus padres, pero ahora es el rey del “arrastre”. Y quizás uno de sus más grandes descubrimientos es que en esa caja rectangular que está en el cuarto de mamá y papá –y que mami sólo le deja ver de vez en cuando- vive un perrito llamado Doki y que es tan chévere que cuando aparece, vale la pena dejar todo lo que está haciendo para contemplarlo embelesado.

Por otro lado, la mamá de Pablo no sabía que era experta haciendo juguitos, que le quedan en el punto ideal –ni muy espeso, ni muy aguado- y que los prepara rapidito, incluso los de aquellas frutas que jamás había tocado. Que también es experta en idioma bebé, tanto que hasta le descubre las mentiritas al pequeño. Que es capaz de levantarse temprano los domingos, que tiene una paciencia inagotable, que increíblemente puede trabajar, cuidarlo y lucir bien al final del día cuando llega papi; y que, aunque pase las 24 horas del día al lado de su bebé -y a veces quiera salir corriendo-, con sólo dejarlo de ver una hora, ya lo extraña.

Y pensar que ahora es que nos quedan cosas por saber…
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Imagen: Motherhood, Ting Shao Kuang

04 agosto 2008

Primeras vacaciones

La maleta más grande y llena que he hecho en mi vida fue la que llevé a estas primeras vacaciones de Pablito. Sí, de verdad era grande, pesada y muy llena, pero, con todo y eso, no bastó; al maletón deben sumarse dos bolsos igual de repletos y pesados. Lo más interesante del asunto es que mis pertenencias ocupaban un mínimo porcentaje del súper equipaje –algo así como cuatro trapos-, el resto era de la pequeña criatura.

Viajar con un bebé implica toda una logística en la que abunda el perolero. Bañerita, silla del carro, corral, esterilizador de teteros, ropita fresca para el calor, ropita abrigada por si hace frío, frutas para los juguitos, juguetes, bloqueador solar, medicinas -por si acaso-, cosméticos y como 100 cosas más incluía la lista que hice antes de partir y, contrario a lo que en algún momento pensé, todo fue necesario.

Lo del perolero habla por sí solo: estas vacaciones fueron radicalmente diferentes a cualquiera de las anteriores. Aquello de descansar, pasar el día echados comiendo chucherías, levantarnos tarde, salir a caminar cuando nos provocara o ver televisión si no había más nada qué hacer ¡se acabó! Ahora nos levantamos temprano para el desayuno de Pablo; más tarde, hacer el juguito; después, cambiarlo, jugar con él, acompañarlo en su siesta, esperar a que sol baje, echarle protector y repelente, ir a la playa con cautela, llenar su bañerita, subirlo porque llegó la plaga, bañarlo rapidito antes de que se haga de noche, dormir con él porque el aire está muy frío… en fin, dedicarle las 24 horas de cada día.

Aunque regresamos más cansados que cuando nos fuimos, el trajín valió la pena. Pablo enloqueció apenas llegamos y gritó y jugó hasta la medianoche –supongo que por ser un nuevo espacio-, mientras papá y mamá hacían un esfuerzo sobrehumano por no dormirse. Su encuentro con la playa fue algo especial: abría tanto los ojos que parecía querer capturar el mar en una mirada; también aprovechó para echar sus siestecitas con el sonido de las olas de fondo.

Sí, el tiempo va rápido y estos son momentos que se viven sólo una vez.

Imagen: José Juan y Pablo al atardecer