04 agosto 2008

Primeras vacaciones

La maleta más grande y llena que he hecho en mi vida fue la que llevé a estas primeras vacaciones de Pablito. Sí, de verdad era grande, pesada y muy llena, pero, con todo y eso, no bastó; al maletón deben sumarse dos bolsos igual de repletos y pesados. Lo más interesante del asunto es que mis pertenencias ocupaban un mínimo porcentaje del súper equipaje –algo así como cuatro trapos-, el resto era de la pequeña criatura.

Viajar con un bebé implica toda una logística en la que abunda el perolero. Bañerita, silla del carro, corral, esterilizador de teteros, ropita fresca para el calor, ropita abrigada por si hace frío, frutas para los juguitos, juguetes, bloqueador solar, medicinas -por si acaso-, cosméticos y como 100 cosas más incluía la lista que hice antes de partir y, contrario a lo que en algún momento pensé, todo fue necesario.

Lo del perolero habla por sí solo: estas vacaciones fueron radicalmente diferentes a cualquiera de las anteriores. Aquello de descansar, pasar el día echados comiendo chucherías, levantarnos tarde, salir a caminar cuando nos provocara o ver televisión si no había más nada qué hacer ¡se acabó! Ahora nos levantamos temprano para el desayuno de Pablo; más tarde, hacer el juguito; después, cambiarlo, jugar con él, acompañarlo en su siesta, esperar a que sol baje, echarle protector y repelente, ir a la playa con cautela, llenar su bañerita, subirlo porque llegó la plaga, bañarlo rapidito antes de que se haga de noche, dormir con él porque el aire está muy frío… en fin, dedicarle las 24 horas de cada día.

Aunque regresamos más cansados que cuando nos fuimos, el trajín valió la pena. Pablo enloqueció apenas llegamos y gritó y jugó hasta la medianoche –supongo que por ser un nuevo espacio-, mientras papá y mamá hacían un esfuerzo sobrehumano por no dormirse. Su encuentro con la playa fue algo especial: abría tanto los ojos que parecía querer capturar el mar en una mirada; también aprovechó para echar sus siestecitas con el sonido de las olas de fondo.

Sí, el tiempo va rápido y estos son momentos que se viven sólo una vez.

Imagen: José Juan y Pablo al atardecer

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