08 octubre 2008

La ansiedad del 8° mes

Digamos que ya teníamos todo relativamente bajo control: comía bien, hacía la siesta, jugaba, dormía la noche entera, se despertaba tranquilo… ¡pero un día se transformó! Ahora su sueño es ligero, se despierta con frecuencia y lloroso, cree que nuestro cuarto es el suyo, odia su cuna, no soporta estar solo y tiene una “mamitis” extrema.

Apenas tuvimos consulta, le hablé al pediatra sobre el “nuevo” Pablo. Su respuesta: paciencia. Me explicó que a esta edad los bebés se vuelven un poco irritables porque están más concientes de su entorno, que es en este momento cuando empiezan a experimentar sus manipulaciones y que de la firmeza de sus padres depende que se frenen o se conviertan en pequeños tiranos.

Aun preocupada por el comportamiento del nuevo Pablo, eché mano a mi querido Larousse del bebé a ver si encontraba algo interesante, y ahí estaba: La ansiedad del 8° mes. Así, con nombre a lo "comezón del 7° año", en el libro explican que a esa edad no quieren separarse de sus padres a la hora de dormir, lloran porque no aceptan la soledad y recomiendan meter en la cuna algún objeto que les resulte familiar. ¡Todo correspondía exactamente a los síntomas de Pablito! (aunque a él le pegó un poco antes del 8°). Creo que el hecho de que hasta tuviera nombre me dejó más tranquila.

En fin, hemos pasado una temporada de levantadas de madrugada –como cuando era un recién nacido- para “consolarlo”, eso sí, sin sacarlo de la cuna. Le hicimos un “patiecito” para que tenga su propio lugar de juegos y se olvide de nuestra cama, y ahora duerme con su amigo Gusano, su compañero fiel desde que tenía un mes. Sin embargo, a pesar de su ansiedad ochomesina, Pablo está un momento increíble: gatea, da vueltas, “baila”, grita, “habla”, nos persigue para jugar “la saltadera”, disfruta su baño, adora la papilla de galletas, nos hace caricias salvajes (golpecitos, manotazos y rasguños), le gusta escuchar el tema de Backyardigans y ¡tiene dos dientes!

Aunque a veces se ponga difícil, sigo aprovechándolo al máximo por aquello de la brevedad de los momentos felices.