09 septiembre 2014

Resolución de conflictos (¿infantiles?)


Cuando tú hijo es el nuevo del salón hay varios asuntos que inquietan, como si el colegio cumplirá con las expectativas y, especialmente, si el niño será feliz allí. Pablo siempre nos sorprende y en ese caso también lo hizo: asumió el cambio de colegio con normalidad y alegría y en la primera reunión que tuvimos con la maestra, nos dijo que se había integrado perfectamente a su grupo, el de tercer nivel de preescolar.

Meses después Pablo empezó a quejarse de un niño de su salón, llamémosle Luis. Le decía a otros niños que no le prestaran sus juguetes o que no jugaran con él o le decía feo o le metía el pie cuando iba distraído leyendo. Pablo le había dicho a la maestra y le habían llamado la atención; otra veces, la cosa pasaba por broma, una broma de Luis.

"¿Por qué me dice feo, mamá? No entiendo", me dijo una día, preocupado. Hijo, hay personas a quienes les gusta molestar a otras y decirles cosas desagradables, y a esas personas siempre te las vas a encontrar en tu vida, siempre, incluso cuando seas grande. Lo más importante es saber que no tienen razón, que lo dicen por molestarte y, si ven que te pones triste, más te lo van a decir. Fíjate, a mí me decían que era muy fea, de las más feas del salón. Yo me sentía muy triste y pensaba que era horrorosa, pero, con el tiempo, me di cuenta de que no era así, ellos no tenían la razón. ¿A ti te parece que soy espantosa? "No, mami, tu eres muy bonita". ¿Ves?

Siguieron pasando cosas. Una vez, jugando fútbol, Pablo era el portero y llegó el otro con actitud sobrada y le dijo que ahora sería él arquero, que se quitara -eso pude verlo yo misma-. También les decía a mi hijo y a sus tres amigos que parecían hermanos porque siempre andaban juntos, en tono burlón. Llegué a conversar con la maestra, pero todo lo que pasaba era demasiado "sutil" como para generar alarma. En casa estábamos preocupados, no es fácil manejar situaciones así; yo seguía apostando al diálogo.

"¿Qué hago? ¿Le pego", me preguntó Pablo un día. No, no le pegues. Si te hace algo que te moleste, dile que no te gusta, que te deje en paz, con voz fuerte, firme. Si sigue molestándote, habla con la maestra y explícale lo que ocurre. Y siempre cuéntame cualquier cosa que pase, así sea mala.

En otro momento, me dijo "es que Luis es un niño pequeño". ¿Cómo es eso? "Es menor que yo porque es más bajo y no sabe leer, debe ser como de 4 años". No, hijo, ustedes tienen casi la misma edad, los dos cumplen 6 este año, pero tú eres más alto y aprendiste a leer antes. "¿Entonces somos del mismo tamaño?", dijo algo extrañado. Pues, sí. Se quedó un rato en silencio, pensando. "Ya entiendo".

"¿Sabes mamá? Ya resolví mi problema con Luis", me dijo una tarde mientras mirábamos televisión. ¿Ah, sí?, cuéntame. "Le dije: Luisito, vamos a ser amigos –con voz dulcísima–. Al principio él no quería, mamá, entonces le dije: Anda Luisito, vamos a jugar –con voz igual de melosa–. Y se puso a jugar conmigo. También le dije que jugara con mis amigos y ellos jugaron con él. Lo metí en mi grupo. Viste mamá, ¡yo gané!".

Desde ese día, ciertamente, se hicieron amigos. Llegué a verlos un par de veces en el colegio y, para mi sorpresa, el niño trataba a mi hijo con dulzura y amabilidad. Ahora Pablo habla de él como uno más de su grupo y es uno de los amigos que tiene ganas de volver a ver, cuando comiencen las clases. Pablo tenía razón, lo que no sabe es que no solo ganó él: todos ganaron.

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La imagen es una ilustración de Jefferson Quintana que pertenece a Ratón y Vampiro, un libro sobre amistad y diferencias que en esta casa adoramos.