29 mayo 2008

Al pie de la letra

Si hay una constante a lo largo de todo este proceso de tener y criar un hijo, ésa es el aprendizaje. Desde el momento mismo en que la doctora me dijo: “Mili estás embarazadísima” comenzó la absorción de información, sin proponérmelo, de diferentes fuentes: por un lado estaban mi familia, el curso prenatal y el entrañable Larousse del bebé y por otro, todas aquellas personas dispuestas a dar opiniones o hacer comentarios –algunos muy oportunos, otros descabellados-. Entonces uno lee, oye, averigua y se siente informado y seguro… cree que ha aprendido.

Pasados los nueve meses es que viene lo bueno, lo que he denominado “el shock de los primeros días”. Te dan de alta en la clínica, llegas a casa feliz con el “paquetico” y empiezas a poner en práctica todo lo que has aprendido, o por lo menos eso tratas. Pero no es tan sencillo, ésta es una etapa de desconciertos, el cansancio nubla los sentidos y todo parece más difícil de lo que realmente es.

Al principio seguía al pie de la letra todas las instrucciones. “Nunca deje al bebé solo”, entonces no quería ni que sonara el timbre para no tener que ir hasta el jardín. “La temperatura del agua del baño debe ser de 37°”, y me quedaba allí con mi termómetro esperando llegar al punto exacto. Y así sucesivamente…

Algo que me generaba mucha angustia en esos primeros días era pensar en salir sola con el bebé; sí, sólo pensarlo era agobiante, estresante, cómo si fuese a ocurrir algo catastrófico (cosa que aún no sé qué podría ser). Además, estaba el perolero: metía tantas cosas en la pañalera que resultaba pesadísima y si se me olvidaba era como si hubiese cometido el peor de los errores.

Recuerdo la primera vez que salí sola con Pablo, fue a una consulta con el pediatra (estaba por cumplir el mes) y desde el día anterior sabía que mi esposo no podría llevarme. Esa noche dormí mal, tenía demasiada ansiedad por mi gran primera salida. Llego el aterrador momento, iba con él en el coche rápido, muy rápido y como mirando a todos lados. Llegué al consultorio nerviosa y sudando frío, pero no había pasado nada malo.

También pasa que, todavía hoy, no soy experta con el cochecito, se me hace complicado, pesado, difícil de manipular, me enredo, como dicen, me vuelvo un ocho. La primera vez que mi hermana y yo decidimos llevar a Pablito a pasear a un centro comercial casi rodamos los tres por las escaleras mecánicas con coche y todo, por supuesto. Fue un susto tremendo.

Poco a poco los días pasan, el criterio se impone y te vas dando cuenta de cuál es la mejor manera de hacer o enfrentar cada cosa. Ahora sé que no hace falta meter hasta la cuna en la pañalera, que no necesariamente debo hacer todo al pie de la letra y que si salgo sola con él no ocurrirá un desastre.

Sé que vendrán nuevas inquietudes, temores e incertidumbres porque con un bebé cada día es una aventura diferente y nunca terminas de aprender a ser mamá, pero ahí vamos.



Imagen: Maternidad, Pablo Picasso

12 mayo 2008

Día de la madre - Nota breve


Ayer me tocó celebrar por primera vez el día de las madres desde el otro lado. Fue un domingo abundante en besos, abrazos, mensajes de fecicidades y detalles. Aprovechamos para visitar a la orgullosa bisabuela para quien fue imposible ocultar la emoción de tener en casa a su bisnieto y, por si fuera poco, Pablo -que estaba radiante y más hablador que nunca- compartió también con sus dos abuelas. Al final del día obsequió a su mami una tarjeta hermosa -con él y su papi e la portada- y dos regalitos igualitos a ella.

¡Qué buen gusto tiene Pablo!



08 mayo 2008

Entre teclas y teteros

A propósito del artículo que escribí para la edición de las madres de la revista Eme de El Nacional que circuló hoy, sobre el dilema de las madres y el trabajo (el primero que escribo como "mami", además), hablo un poco sobre mi experiencia.

Cuando decidí trabajar desde casa fueron varias las razones que me impulsaron. La primera era la cuestión de la libertad: no pasarme no sé cuántas horas en una oficina gris, no tener que pedir permiso para hacer diligencias o ir al médico, en fin, no sentir que mi vida transcurría dentro de cuatro paredes. Mis ganas de ser dueña de mi tiempo, de salir a pasear a las 10:00 de la mañana si me provoca o quedarme escribiendo hasta el amanecer, también eran súper importantes.

Luego estaba el tema social: me desespera, me malhumora, me incomoda tener que compartir con gente -que no necesariamente me agrada- durante mucho tiempo. En algunos trabajos de oficina conseguí excelentes amistades que conservo hasta hoy, incluso conocí a mi esposo en una oficina, pero éstas son excepciones a la regla. Lo normal es que la gente sea escandalosa, hablen y rían alto –cosa que no soporto-, pongan música –que generalmente no me gusta-, etcétera, etcétera. Prefiero estar sola.

Y allá lejos, al final de la lista, estaba la vaga idea de “si algún día tengo un hijo puedo cuidarlo yo misma y no dejarlo con extraños”. Ya tengo dos años trabajando en casa, y ahora ésa que veía tan lejana es la prioridad: tener tiempo disponible para dedicárselo a Pablo, a sus cuidados, a sus juegos, a compartir con él.

Reconozco que soy algo mañosa y el sólo pensar en dejar a Pablito en una guardería me da de todo. Sé que hay sitios muy buenos, con personal capacitado, pero igual prefiero cuidarlo yo, y como tengo la facilidad para hacerlo, pues mucho mejor. Sin embargo, tampoco es fácil: es muy importante ser disciplinado para poder cumplir con todo eficientemente porque, a veces, jugandito y jugandito, se me puede pasar el tiempo, y las condiciones ya no están como para quedarme escribiendo hasta la madrugada –el agotamiento puede más-.

Para mi ésta ha sido la mejor de las soluciones: no me siento aburrida por no hacer nada profesionalmente y puedo seguir de cerca el crecimiento de mi bebé. Y con todo y eso, confieso que cada vez que tengo que hacer algún trabajo, en el fondo de mi alma, me da como flojera. Más divertido es jugar y reír con Pablo.

07 mayo 2008

Despedida


El nacimiento de mi bebé, sin duda, fue todo un estallido de emociones y alegría, pero también significó mucha nostalgia. Sí, es extraño y hasta contradictorio. Por un lado conoces a ese ser que has esperado e imaginado durante tantos meses, pero por otro, queda un vacío porque ya no está dentro de ti, porque ya mamá y bebé no forman un todo. Había leído sobre eso en mi querido Larousse del bebé, pero no es lo mismo cuando lo vives.

Ahora debes enfrentarte cara a cara con esa personita que llora sin saber muy bien qué quiere, mientras tú lo miras sin saber muy bien qué hacer. Más de una vez me sorprendí pensando, “era tan bueno cuando estaba en mi barriga, podía sentirlo siempre, andábamos juntos todo el tiempo y en todas partes y todo estaba bajo control”. Entonces me tocaba la panza y, aunque estaba aun voluminosa, no había nada, no se sentía nada ni se movía nada. Sonará loco, pero ¡cuánta tristeza me daba!

Una y otra vez recordaba los tantos momentos que me encantaron de esos nueve meses, como cuando se movió la primera vez, sus pataditas, el hipo nocturno, la noche que tomé café y se alborotó, sus reacciones cuando papi le hablaba, mis ganas de comer dulce, lo divertido de ir a comprar ropa especial para la barriga o las canciones que me gustaba escuchar. Y sufría y sufría porque, de golpe, me quedé sin todo eso.

El embarazo es un período encantador, maravilloso e inolvidable, y creo que todos lo disfrutamos al máximo –mamá, papá, Pablo y la familia entera-. Me alegra que mi esposo y yo lo hayamos documentado de principio a fin y que cada vez que me da la nostalgia pueda ver las fotos de la semana que quiera.

Han pasado más de tres meses y, aunque no tanto como al principio, me sigue dando “cosa” cuando pienso en la barriga. Supongo que poco a poco terminaré de superar esa etapa y me reiré cuando recuerde mi despecho.

El blog ya cambió de nombre y con esta entrada finalizo el tema del embarazo. Ahora sigo de lleno con el crecimiento, descubrimientos y aventuras de Pablito –y de sus padres-.
...
Imagen: Mamá y Pablo frente al mar a las 34 semanas. Como siempre tomada por JJ.

06 mayo 2008

La cesárea esa

Dos textos más antes de cerrar la etapa sobre el embarazo. He aquí el primero.



Cuando andaba cerca del octavo mes hablaba de mi deseo de tener a mi bebé de forma natural en una entrada que llamé Parto/Cesárea , en la cual, además, prometía escribir sobre el verdadero desenlace una vez que Pablo naciera. Luego también conté que, muy a mi pesar, tuvieron que hacerme la cesárea por motivos de fuerza mayor –disminución del líquido amniótico-. Ahora, un breve relato sobre mi experiencia.

“La cesárea esa”. Así me expresé más de una vez de la operación. La odié, la rechacé, la detesté; no lograba entender cómo tantas mujeres la pedían sin titubeos, y una y otra vez me preguntaba que “por qué a mí”, como si hubiese caído en desgracia; todo era culpa de "la cesárea esa". Y eran varias las razones de mis pesares.

Me sentía inútil. Pasa que siempre he sido de esas personas que disfrutan haciéndose sus cosas, es decir, para mi es mortal –hasta deprimente- tener que depender de otros, así sepa que para esos otros ayudarte no significa molestia alguna, todo lo contrario. Recuerdo claramente cada mañana cuando me despertaba y no podía moverme ni hacer nada por el dolor; estaba como frustrada porque no podía atender al bebé como quería.

Yo sí podía. Esa misma semana me hicieron la pelvimetría y no sólo podía pasar Pablito cómodamente, también sobraba espacio. A diferencia de otras mujeres cuyas pelvis se hacen pequeñas para sus bebés, la mía era óptima para el parto. El hecho de saber que no había un impedimento de ese tipo también me desanimó, siempre pensaba: “si hubiese tenido mi parto no me sentiría tan mal”.

No me mentalicé. Cuando la doctora me informó que la cesárea era inevitable, también me dijo que la recuperación dependía mucho de la actitud del paciente, y que si no lo veía de forma positiva todo sería más pesado. Y así fue. Reconozco que yo misma tuve que ver en eso de sentirme “desgraciada”. Ciertamente nunca me planteé ese escenario y, quizás, en el fondo de mi corazón, no quería que me vieran como una de esas mujeres miedosas que le huyen al parto.

Los días pasaron, el dolor desapareció, comencé a caminar derecha y la cicatriz prácticamente ya no existe; sólo una leve falta de sensibilidad en la zona me recuerda a la cesárea esa. En fin, mis penas fueron causa de un montón de cosas que al final eran sólo tonterías. Tal vez el parto también hubiese sido una experiencia no tan grata; quién sabe.

02 mayo 2008

Los tres primeros


Ayer llegamos al primer trimestre. Pareciera que no se notara porque estoy con Pablo todo el día, todos los días, pero cuando me detengo a pensar, recordar y recapitular me doy cuenta de cuánto ha cambiado. Al nacer todos nos decían que cuando tuviese 3 o 4 meses sería mucho mejor porque estaría más despierto, grande y “durito”, y yo lo veía tan lejano… ¡Qué rápido ha pasado el tiempo!

Ahora Pablo reconoce personas y lugares, ríe y sonríe, grita, habla –es experto en idioma bebé-, juega con sus muñecos y los medio agarra. También ha aprendido bien el arte de la manipulación –de la cual a uno tanto le advierten- y cada vez que desea quedarse en brazos de sus papis llora y arruga la trompita.

Ahora reconozco qué quiere, cómo se siente y hasta domino el idioma bebé –Pablo es un gran conversador-. También conozco el significado de sus gestos y muecas, sé que no le gusta el calor, que los muñequitos de Discovery Kids le atraen muchísimo, que sus amigos favoritos son Winnie, Tigger e Igor, que se desespera cuando no puede agarrar algo y que le encanta “contarle” a su papi todo lo que hizo durante el día cada noche cuando llega del trabajo.

Ahora también sé que, quizás por herencia, uno de sus más grandes placeres es dormir –lo hace la noche entera-, que siempre está de buen humor, que el cambiador es uno de sus sitios favoritos y que adora la cama de sus papis -¡qué peligro!-. Y lo más importante, sé que es un bebé feliz y nos lo hace saber cada mañana cuando nos da los buenos días con su encantadora sonrisa.



Pablo duerme luego de comer. Momento capturado por su papi.