08 mayo 2008

Entre teclas y teteros

A propósito del artículo que escribí para la edición de las madres de la revista Eme de El Nacional que circuló hoy, sobre el dilema de las madres y el trabajo (el primero que escribo como "mami", además), hablo un poco sobre mi experiencia.

Cuando decidí trabajar desde casa fueron varias las razones que me impulsaron. La primera era la cuestión de la libertad: no pasarme no sé cuántas horas en una oficina gris, no tener que pedir permiso para hacer diligencias o ir al médico, en fin, no sentir que mi vida transcurría dentro de cuatro paredes. Mis ganas de ser dueña de mi tiempo, de salir a pasear a las 10:00 de la mañana si me provoca o quedarme escribiendo hasta el amanecer, también eran súper importantes.

Luego estaba el tema social: me desespera, me malhumora, me incomoda tener que compartir con gente -que no necesariamente me agrada- durante mucho tiempo. En algunos trabajos de oficina conseguí excelentes amistades que conservo hasta hoy, incluso conocí a mi esposo en una oficina, pero éstas son excepciones a la regla. Lo normal es que la gente sea escandalosa, hablen y rían alto –cosa que no soporto-, pongan música –que generalmente no me gusta-, etcétera, etcétera. Prefiero estar sola.

Y allá lejos, al final de la lista, estaba la vaga idea de “si algún día tengo un hijo puedo cuidarlo yo misma y no dejarlo con extraños”. Ya tengo dos años trabajando en casa, y ahora ésa que veía tan lejana es la prioridad: tener tiempo disponible para dedicárselo a Pablo, a sus cuidados, a sus juegos, a compartir con él.

Reconozco que soy algo mañosa y el sólo pensar en dejar a Pablito en una guardería me da de todo. Sé que hay sitios muy buenos, con personal capacitado, pero igual prefiero cuidarlo yo, y como tengo la facilidad para hacerlo, pues mucho mejor. Sin embargo, tampoco es fácil: es muy importante ser disciplinado para poder cumplir con todo eficientemente porque, a veces, jugandito y jugandito, se me puede pasar el tiempo, y las condiciones ya no están como para quedarme escribiendo hasta la madrugada –el agotamiento puede más-.

Para mi ésta ha sido la mejor de las soluciones: no me siento aburrida por no hacer nada profesionalmente y puedo seguir de cerca el crecimiento de mi bebé. Y con todo y eso, confieso que cada vez que tengo que hacer algún trabajo, en el fondo de mi alma, me da como flojera. Más divertido es jugar y reír con Pablo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jaja totalmente identificada con lo de la oficina....y auqnue soy workaholic total, siempre me he hecho esa pregunta de qué hacer cuando esté en tu situación, en la provincia no es fácil la independencia, pero espero que las condiciones sena favorables...me da terror

aquí sigo tus cuentos de Pablito!