07 abril 2009

Objetos lúdicos













No sé en qué momento se nos llenó la casa de juguetes. Aun recuerdo cuando estábamos apenas por la sexta semana de gestación y, además de la felicidad, emoción y ansiedad que sentíamos, nos preocupaba pensar en todo lo que nos faltaba organizar y comprar para recibir a Pablo en un espacio óptimo. Poco a poco llegaron la ropita, los accesorios y todos los utensilios necesarios, preparamos el cuarto con todas sus comodidades y también llegó el juguetero.

Ciertamente creo que Pablo tiene demasiados juguetes, pero, ¿cómo evitarlo? Es imposible que el miembro más chiquito de ambas familias reciba tantos regalitos y detallitos. Y a eso hay que sumarle los regalitos y detallitos que le han dado con tanto cariño nuestros amigos más cercanos. Hay varios que ni siquiera he sacado de sus cajas guardándolos para más adelante, pero lo mejor es que él juega con todos los que están en uso, sin excepción. Sin embargo, también están "los otros”, esos que no fueron creados con fines lúdicos y lo emocionan tanto o más que los juguetes convencionales.

Para empezar, tenemos l
a papelera de los pañales –que no se caracteriza precisamente por su buen olor-. Prácticamente está oculta porque si la encuentra, se convierte el su tambor favorito, en el mejor de los casos. En el peor, es un divertidísimo juguete ideal para empujar hasta voltearlo en el suelo.

Las sillas son para él como carritos para empujar: las lleva a toda velocidad por toda la casa dejando su marca en el pobre granito. Hay espacios públicos sumamente "peligrosos", como ferias y restaurantes. En ellos, fácilmente puede perder el control: se pone frenético.

Un pasillo donde tenemos algunas cajas llenas de trastos viejos se ha vuelto su rincón "chill out". Allí se echa felizmente boca abajo durante largos ratos a contemplarlas y sobarlas, mientras murmura cosas en idioma bebé.

También está la almohadita robada, esa misma que usaba yo desde hace tiempo para dormir y que él tomó para sí antes de cumplir los 6 meses. Su contextura tan suave y blandita lo enloquece, literalmente. La abraza, la muerde, se revuelca con ella y es imprescindible a la hora de dormir.

Por último están los desagües. Al pequeño le brillan los ojitos cuando ve una de estas rejillas, creo que para él son como un milagro hecho por el hombre. Al primer descuido se escapa a la cocina, baños o cualquier otro lugar de la casa donde haya uno; este fenómeno también ocurre en lugares públicos como centros comerciales y Farmatodos. Lo peor es que algunos modelos no vienen con tornillos y más de una vez me ha llegado con una de las tapitas mugrosas como regalo -suele colocarlas en mis piernas-, y ¿cómo no me río en ese momento?

Sé que éste es apenas el comienzo de una lista de "juguetes prohibidos" que irá creciendo a medida que él continúe explorando y descubriendo, incluso, algunos de ellos ya se vislumbran (gavetas, gabinetes, nevera, cuñas...). Así que me tocará seguir desempeñando mi papel de “madre con carácter” que lo regaña cuando juega con cosas sucias -e insólitas- o si toma algo que no es suyo, mientras sigo apretando los labios para no dejar escapar la sonrisa.

Las imágenes, evidentemente, corresponden a Pablo en acción. Todas fueron tomadas por su papi.