20 septiembre 2011

Una tarde de septiembre

Nos sentamos a esperar la "pizzat" que Pablo exigió para almorzar. El calor de las dos de la tarde es implacable. Las mesas del café están en una terraza que da hacia la calle, buscamos una donde nos dé algo de brisa, cerca de una de las entradas.

Los minutos corren, la espera se alarga más de la cuenta. Me gana el mal humor, hablo con el encargado, "ya viene, ya viene la pizza. Disculpe la demora". Pablo también pregunta por la "pizzat", mientras su carrito corre una carrera en el borde de la mesa, canta en voz alta, inventa todo tipo de artimañas para irse a caminar solo y sufre con su característico "¡oh, no!" -con las manos en la cabeza- cuando le digo que, sin mamá, no.

Entonces, aparece. Viene de la calle, pero no noto su presencia hasta que está cerca. Pablo le da la espalda a la entrada, no lo ve venir, y voltea con sobresalto cuando siente que pone sus manos en la cabeza y comienza a hablarle: "Niñito, pórtate bien, si no, Santa Claus no va a traerte regalos en Navidad". El aludido abre los ojos más de la cuenta y lo mira, yo lo secundo, tampoco logro parpadear.

"Ya sabes, pórtate bien", repite, sacude la rebelde melena castaña del pequeño, sonríe y se va. Ahí es cuando atino a mirarlo mejor: frente despejada, ojos claros, piel sonrosada, barba frondosa y blanca. La mirada es afable, la sonrisa, dulce. Lleva un traje de corte clásico, gris oscuro, creo.

A Pablo se le escapa la risa emocionada, se estremece. Nos miramos con complicidad, reímos. No cualquiera se tropieza con Santa en Caracas, una tarde de septiembre.

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El santa es de la pintora Darice Machel McGuire