26 febrero 2009

Bebé araña

Me imaginaba el disfraz de Pablo curioso, peculiar, fuera de lo común, que no fuese de los de siempre, esos que, seguramente, él mismo nos va a pedir dentro de unos pocos años (como Batman, Superman, Spiderman). Una vez más, de las ideas a los hechos hubo grandes diferencias.

El traje que nos encantó era de murciélago, pero nos pareció muy grande y no lo llevamos. Al día siguiente, el sábado, fuimos a un lugar donde había muchísimos disfraces para bebés y le compramos uno de diablito que también nos gustaba mucho. Ya en casa, cuando intentamos ponérselo, nos llevamos la sorpresa: no le entraba. Volvimos a la tienda y entonces nos dimos cuenta de la dura realidad: a Pablo no le queda ningún disfraz de bebé, ni siquiera los que son para 18 meses.

Revisamos el catálogo de arriba a abajo buscando algo de niño en talla pequeña, pero no tanto. Tenía que ser talla 2. La vendedora nos sugirió que le probáramos los disfraces allí mismo y la rechazamos inmediatamente; la inocente mujer no sabe el esfuerzo titánico que puede significar el tratar de desvestir y vestir a Pablo “rapidito” (una verdadera lucha cuerpo a cuerpo).

Entre las pocas opciones que teníamos, terminamos llevando el de Hombre Araña -era ése, Superman o Power Ranger- y pensando en que le quedaría algo ancho y que tendríamos que tomarle ruedo. Nueva sorpresa: le quedó a la medida. Recordé al de murciélago que tanto nos había gustado, era talla 2. Es evidente, no tenemos una visualización clara de sus dimensiones.
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Imagen: Almuerzo familiar, lunes de carnaval

18 febrero 2009

Primer año

Y le celebramos el cumpleaños a Pablo, aunque esa no era nuestra idea inicial. Pensábamos hacer una meriendita, sin invitados, “porque a esa edad no están concientes de que la celebración es con ellos”. Además, el plan era ir luego al concierto de Aesrosmith sinvergüenzamente, pero... dada la suspensión, nos animamos a hacer algo más, sin que llegara a ser un fiestón.

Si había un personaje que se merecía ser el motivo del cumpleaños de Pablito, ese era Doki, el perrito "host" de Discovery Kids que lo tiene encantado desde que tenía muy pocos meses. Torta, chupetero, vasos, platicos y hasta bolsitas de recuerdo tenían la imagen del perrito.

Vinieron unos cuantos amiguitos y pasamos una tarde de locura infantil –corren, saltan, gritan, revolotean… ya me estoy mentalizando para cuando me toque perseguir al mío-. Todos la pasamos bien, pero ahora estoy segura de que a Pablo le habría gustado más pasar la tarde sólo con sus padres jugando: definitivamente no le gusta estar rodeado de mucha gente. Cosas que uno aprende.
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Imagen: 1 de febrero de 2009, Mili y Pablo.

08 febrero 2009

Corte de pelo

Por allí he leído que cuando se tiene un hijo es inevitable despertar un montón de recuerdos de infancia que habían estado dormidos –casi desaparecidos- durante mucho tiempo, que de alguna forma añoramos esa etapa y que terminamos entendiendo tantas cosas antes no comprendíamos sobre nuestros padres y hasta nos acercamos más a ellos. Todo muy cierto, y día a día lo sigo comprobando.

Hace una semana decidimos dar un paso que habíamos estado postergando tácitamente: llevar a Pablo a la peluquería. Antes de continuar, debo decir que el pelero de Pablito es uno de sus rasgos característicos desde que nació; abundante, suave, brillante... con el tiempo creció tanto que cada mañana al despertar su "look" asemeja al de Christopher Walken. En fin, al día siguiente era su cumpleaños, así que, ¿qué mejor momento para hacerlo?

Confieso que tenía cierto temor, eso de imaginar unas tijeras tan cerca de Pablo y en manos de un extraño no me gustaba mucho. Sabía de una peluquería infantil llamada Peloquito y había visto que muchos padres que gustan de “raspar el coco” a sus bebés los llevaban allí. Entonces, si atendían a niños tan pequeños, el corte de Pablo no debía ser tan difícil. Allí lo llevamos.

Mi otro temor era un posible "show". Digamos que él es algo arisco y cuando no quiere que lo toquen puede ser muy irritable –especialmente si no conoce a la persona-. Me lo imaginaba saliendo con un lado de la cabeza con cabello corto y los rizos largos colgando del otro. Pero ese temor se disipó pronto: la chica que nos atendió fue muy amable, lo sentó en una silla y le trajo un juguete que lo distrajo. El corte fue súper rápido y lo hizo tal y como se lo pedimos: solo cortar la pollina (para que no se le meta en los ojos) y emparejarle los rizos de la parte de atrás (que eran larguísimos). Pablito se portó muy bien, quedó perfecto y hasta le dieron un certificado con un mechoncto y todo.

La noche siguiente, cuando nos quedamos solos después de la celebración del cumpleaños, me provocó ojear mi álbum de cuando era bebé. Entre los típicos “tiene mi boca” o “en ésta sale igualito a mí”, llegué a las fotos de mi primer cumpleaños. Allí salía yo, muy arregladita y sentadita al lado de mi torta. Y era evidente que un poco antes había dado un paseo por la peluquería.