09 octubre 2013

Al agua, pececito

Hoy Pablo comienza a practicar natación y a mí la emoción no me cabe en el pecho. Esta es de esas sensaciones que oprimen y aceleran el corazón, que dificultan la respiración y causan ansiedad, alegría y hasta tristeza y nostalgia; todo a la vez. Tal vez habrá quien piense que exagero, muchísimos niños practican natación y sus padres, seguramente, deben estar orgullosos y felices, sin tanto drama. Pero es que el día de hoy significa un gran logro en nuestras vidas.

Pablo adora el agua, sea de mar o de piscina. Le enloquece darse "un chapuzón", chapotear, jugar al tiburón. Por supuesto, su sueño es aprender a nadar, "ser un gran nadador y estar en una competencia, mamá", pero la vida o el destino o quién sabe qué quisieron que lo tuviera que postergar durante un buen tiempo.

Primero, la salud no estuvo de su lado y pasó dos años sin poder, siquiera, acercarse al mar o a la piscina. Luego, su cuerpo tuvo que recuperarse, fortalecerse; entonces podía darse su querido chapuzón, mas no hacerlo de forma continua. Hace poco su médico ha dicho que sí, que todo está en orden y puede practicar el deporte, y la felicidad de Pablo es infinita -y la nuestra, también-.

Ir a comprar el uniforme, identificar cada pieza, memorizar las reglas de la piscina, preparar el bolso... Todo ha sido una gran emoción para Pablo, un acontecimiento importantísimo en su vida. Anoche, a las ocho, ya quería irse a la cama para descansar y estar listo para lo que vendría. 

A esta hora ya debe haber terminado la clase de natación. Y, mientras escribo, cada tanto miro el reloj esperando la hora de su llegada para que me cuente cómo estuvo el primer día de su sueño.

Los sueños, ¿sueños son?