11 marzo 2008

La última consulta


Antes de hablar de Pablo y todo lo maravilloso que ha significado su llegada para nosotros, debo hacer un pequeño salto en el tiempo para recordar la última cita del control prenatal. La fijamos para un viernes bien temprano; en la consulta anterior nos dijeron que la cantidad de líquido amniótico había bajado considerablemente y, de seguir así, el bebé debía nacer inmediatamente.

Cuando iba a hacer el eco correspondiente, la doctora nos dio una charla sobre todo lo que podía implicar entrar en trabajo de parto con tan poca cantidad de líquido: desde falta de oxígeno porque la placenta había envejecido hasta que se pisara el cordón umbilical –luego supe que esto se llama hipoxia prenatal y puede traer graves consecuencias, desde parálisis hasta problemas de atención-. Me dio la impresión que todo eso no era más que el preámbulo a una noticia no muy grata, y así fue.

Al hacer el eco la falta de líquido era evidente; teníamos que tomar una decisión lo más pronto posible: el bebé corría riesgos. Aunque la doctora nos dijo que lo pensáramos y que podíamos hacer la cesárea al día siguiente -en parte porque conocía bien mi deseo de tener un parto normal-, para José Juan y para mí estaba claro lo que debíamos hacer.

Esa tarde nació Pablo.

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