27 marzo 2009

La ciudad en coche

No tengo carro, nunca he tenido ni me ha interesado tener. Siempre me había resultado cómodo moverme a pie, en Metro o en taxi evitando las horas fuertes, o ser copiloto de mi esposo, hermana, padres y amigas. Ésta es otra de mis realidades que cambiaron con el nacimiento de Pablo.

Por muchas razones, andar a con un coche en Caracas no es fácil. Para empezar, ninguna zona está “humanizada”, es decir, no hay rampas para subir y bajar aceras ni para entrar a edificios (ni siquiera Chacao o Altamira, que son dos de los sitios más “acomodaditos”, están totalmente acondicionados). Sumado a eso está el pésimo estado de calles, aceras y afines que te hace sentir como si vas atravesando terreno virgen en un rústico, el ruido aturdidor que reina en las avenidas principales, la basura, la inseguridad, la gente fastidiosa y maleducada… En fin, creo que mi salida de ayer sintetiza muy bien todo este preámbulo.

Nunca había chocado yendo en un taxi, y fue eso justamente lo que sucedió en plena autopista como a las 2:00 de la tarde. Además de la incomodidad, la cola, el ruido y el calor, mi taxista estaba medio tostado y le ofrecía al agraviado 30 bolívares por el daño. El otro, asombrado, le decía que ése no era el costo. Mi taxista insistía con 40 bolívares, el otro le decía que no, y así estuvieron hasta que llegaron a un acuerdo. Arrancamos.

El taxi nos dejó en la callecita donde está la entrada de peatones del CCCT que, por cierto, no tiene rampa. Empecé a caminar con mi Bam-Bam de 11 kilos dormido en un brazo, el coche plegado en el otro y el maletín con el perolero al hombro. Había hombres, muchos, de todos los tamaños, colores y estilos, pero fue cuando casi llegaba a la escalera que ocurrió el "milagro": una frágil mujer se ofreció gentilmente a cargarme el coche.

Ya en el centro comercial supe que había perdido el viaje: el celular que fui a comprar, por el que había estado esperando cerca de un mes (al mío se le dañó pantalla, es como un CANTV digital) y que me dijeron que allí estaba, no estaba. Ahogué mis penas en sushi, compré algunas cosas y di un buen paseo con Pabli ¡caminando!

Iba a tomar un taxi de la línea del centro comercial para volver. Andaba a paso normal, como va alguien que lleva un coche con un bebé y bolsas, me faltaba como un metro y medio para llegar al taxi cuando me sobresaltaron unos pasos apresuradísimos: una gorda y un gordito (su hijo) me pasaron rapidito y se encaramaron en el taxi casi sin aliento, en pocas palabras, se me colearon vulgarmente.

Me reproché no haber dicho nada a la pareja en cuestión, pero quedé sin habla: mi cerebro estaba pasmado tratando de asimilar el que exista este tipo de gente. A modo de consolación, el coordinador de la línea me dijo que le cobraron 10 fuertes de más por su “buena educación”. Quince minutos después llegó otro carro y nos fuimos a casa. Eran alrededor de las 5:00 de la tarde, hora pico, cola otra vez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya veo que no soy el único al que le ocurren estos episodios horribles de la vida.

López

Mili Zúpan dijo...

Y lo más "celestial" del asunto López es que esta semana la pantalla del celular revivió así como si nada.