“Vamos
a un bosque… a buscar un lobo”, me respondió cuando le pregunté que qué quería
hacer para celebrar el Día del niño, hace un par de meses. Tras la petición —casi
imperativa—, lo primero fue pensar a qué bosque caraqueño podríamos ir, sí, hay
opciones, pero no muchas vienen con lobo incluido. “¡Vamos a La Trinidad, a la
hacienda!”, dije al bando masculino, y nos fuimos.
El
lugar en cuestión es una vieja hacienda convertida en centro cultural, los
jardines son postales idílicas —el lugar en sí lo es— y a Pablo le emocionó
haber llegado, al fin, a un bosque. “¿Y el lobo, papá?”, soltó cuando no había
dado más de 10 pasos de recorrido. “Ya lo vamos a buscar”, le respondíamos
conscientes de que estábamos en cuenta regresiva.
Finalizado
el recorrido por los jardines, iniciamos la ruta de los secaderos. “¿Y el lobo,
mamá?, vamos a buscarlo”. “Sí nené, ya lo vamos a encontrar, seguro está en
estas casitas”. En el parque cultural de La Trinidad los viejos secaderos de
café ahora son espacios habitados por pinturas, fotografías, artesanías,
ilustraciones y otras formas de arte. Cada una de estas galerías tiene
identidad propia que se traducen en sensaciones e impresiones diferentes, una
experiencia multisensorial total. “¿Y el lobo?”.
El
último secadero resultó ser la equis en el mapa del tesoro: Sopa de letras, una
librería especializada en literatura infantil y juvenil. Creo que no he dicho
que Pablo es un lector empedernido, que sufre por que le compren un libro con
la misma —o mayor— intensidad que cuando quiere un juguete, pero mejor contar
esos detalles en otro momento. En fin, el pequeño quedó deslumbrado al entrar
al templo sagrado de los cuentos y, luego del reconocimiento necesario, se acomodó
en los cojines del rincón de lectura y… ¡encontró al lobo!
En
su fascinación por los lobos, —además de buscar la luna cada noche, aullar y
tener una risa feroz perfecta— Pablo se ha hecho de cierta cantidad de títulos en
los que el lobo es protagonista, antagonista o actor de reparto; uno de ellos
fue el que encontró en la Sopa de letras. Y por si alguien tiene un pequeño o
pequeña que tenga la misma afinidad por los peludos que aúllan a la luna o simplemente
quiere un buen cuento infantil, acá dejo una selección de buena “literatura
lobuna”.
Lobo,
de Olivier Douzou - FCE
Este
es maravilloso para cuando están en la etapa de conocer las partes del rostro. A
Pablo, que se lo sabe de memoria, aún le da susto cuando aparecen los dientes.
Los
tres lobitos y el cochino feroz, de Eugene Trivizas – Ekaré
Buena
manera de salir de los estereotipos y transmitir un bonito mensaje.
Una caperucita roja, de Marjolaine Leray - Oceano Travesía
En esta
reinterpretación del clásico, el lobo es vencido de forma sencilla e
inteligente por una caperucita que no conoce el miedo.
Juan
y el lobo, de Tony Ross - Océano Travesía
Confieso
que siempre le invento otro final, este lobo es realmente feroz; ideal para
niños un poco más grandes.
Bruno,
la oveja sin suerte, de Victor Sylvain - Oceano Travesía
Esta
historia nos dice que las cosas buenas no siempre son evidentes; el lobo tiene
un papel de reparto, pero de peso.
Juguemos
en el Bosque, Monic Bergna - Ekaré
La clásica canción infantil hermosamente ilustrada; es súper divertido e interactivo (no sé si aún se consigue en librerías, siempre lo hemos leído en bibliotecas).